(…)
Algunos lo llamaban monsieur Lebonnard, mientras que otros lo conocían como monsieur Hoffart. Muchos hablaban de el francés cuando se referían a él, pero en realidad era belga. Había sido un joyero y prestamista de buena clientela hasta que la crisis del 90 lo arruinó. En aquella oportunidad se despidió de la ciudad, viajó a Bélgica y ya empezaba a borrarse del recuerdo de los porteños cuando de imprevisto regresó. Eso sí, un poco más chiflado.
En 1903 se le dio por dirigir el tránsito en Florida y Sarmiento. Luego se trasladó a una esquina un poco más caótica: Corrientes y Esmeralda. Siempre lucía ropa elegante. Sus zapatos eran caros y relucían, su sobretodo de invierno era la envidia de muchos y su galera resultaba inconfundible. Se había impuesto dos turnos, uno que comenzaba a media mañana y otro a las 4 de la tarde. Se paraba en medio de la calle y controlaba el paso de los vehículos agitando un periódico enrollado, matutino o vespertino, según la ocasión.
Por supuesto que algunos se reían de ese personaje y le lanzaban frases ocurrentes. En esas ocasiones, Hoffart, quien hablaba castellano a la perfección, no quitaba la vista del horizonte y se mantenía sin pestañear, sin acusar recibo de la burla. Podía haber algunos bromistas, pero nadie desatendía sus indicaciones. Por más cómico que resultara un hombre elegante, con galera, en medio de la calle agitando un diario, las señales que hacía eran preventivas: debe de haber evitado más de un accidente en el descontrolado tránsito.
A fuerza de insistencia se convirtió en una pieza imprescindible del centro porteño. Hasta que un día brilló por su ausencia. No existen datos acerca del incremento de choques, o no, a partir de ese día. Pero lo cierto es que Buenos Aires perdió a uno de sus símbolos. Mientras tanto, la circulación callejera se complicaba cada vez más. En 1910 se creó el Cuerpo de Agentes de Tránsito, brigada municipal que coordinaba la circulación de coches, automóviles y tranvías. Fueron los primeros de la historia de la ciudad -faltaban décadas para que se instalara el primer semáforo- y los llamaban los varitas, porque estaban todo el tiempo con su varita blanca en la mano, dando indicaciones a los conductores.
Para sorpresa de todos, los varitas hacían movimientos muy similares a su precursor, lo que no ayudó a que se los tomara en serio. Estos vigilantes de tránsito de la Municipalidad no eran muy respetados, a diferencia del genial Hoffart, y hubo necesidad de asignarles policías que los acompañaran.
DANIEL BALMACEDA
“El loco del tránsito”
(la nación, 11.08.14)
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