6.8.14
la espía que me amó
Nunca se sabrá con certeza por qué Marthe Richard se aventuró entre las brumas del espionaje, con sus peajes sexuales hacia el enemigo y su cuota de deporte de alto riesgo. En la literatura memorialística circularon dos versiones sobre la razón que llevó a la viuda francesa a cruzar a España en 1916 para convertirse en la sombra (y la cama) del agregado naval alemán, Hans von Krohn. En su autobiografía, Mi destino de mujer, traducida al español por Grijalbo en 1975, ella se equipara a la bíblica Judit, que seduce y decapita a Holofornes para vengar la muerte de su marido: “¿Y si después de haber perdido un marido que me colmaba de dicha, resultara que me convertí en espía, odiada por unos, condecorada de la Legión de Honor por otros, porque no habiendo ya nada que me ligara a la vida, he querido dar, más allá de la muerte del ser que amaba, la prueba de mi fidelidad y de mi amor, a través de la venganza?”. Fue, desde luego, su última palabra, ya que en 1982 falleció en París.
Su antiguo jefe, el capitán Georges Ladoux, hizo circular una segunda versión, mundana y nada evangélica, sobre la razón que empujó a Marthe en brazos del aparato del espionaje francés: “Ya no tengo ni avión, ni coche, ni marido, ni amante. Me aburro”. Y así fue como, según Ladoux, la viuda se convirtió en junio de 1916 en Alouette, la agente que volaría a España, país agujereado por espías de ambos bandos, para conocer lo más cerca posible los planes del enemigo. En realidad Ladoux sacó más partido a Marthe como icono que como espía. En 1932 escribió un libro sobre ella y, poco después, el guion para la película Marthe Richard au service de la France, dirigida por Raymond Bernard en 1937. En ambos la encumbraba. “Su papel fue potenciado para dar la contrapartida a Mata-Hari, pero muchas cosas que se relatan son exageradas o inventadas”, advierte Eduardo González Calleja, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Carlos III y coautor junto a Paul Aubert del libro Nidos de espías (Alianza) sobre la relación entre Francia y España durante la Primera Guerra Mundial.
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Pionera de la aviación, espía, directora de una fábrica en Lunéville, militante de la Resistencia en la Segunda Guerra Mundial y activista política contra la explotación sexual de las mujeres, después de investigar los prostíbulos de París, donde en 1945 descubrió casas que obligaban a las mujeres “a recibir unos 60 clientes que deben despachar en diez horas (...) Lo resisten por poco tiempo. He visto algunas terriblemente deformadas, condenadas a la miseria fisiológica por los años que les quedan de vida”.
Marthe Betenfeld había nacido el 15 de abril de 1889 en la región de Lorena, en una familia pobre de la que huiría con apenas 15 años. En el libro Nidos de espías, González Calleja afirma que existe “constancia documental de que ejerció la prostitución en Nancy en 1905, donde contrajo la sífilis”. En su autobiografía, por el contrario, no hay referencias a esta etapa. Richard relata su ruptura con la familia, su paso por un centro religioso para menores conflictivas y su fuga a París, donde conoce al industrial Henry Richer, que se convertirá en su amante. Más que su amante. Richer fue una suerte de pigmalión y un enamorado incondicional que intentó casarse sin que Marthe accediese hasta que el estallido de la Primera Guerra Mundial le ayudó a cambiar de idea.
Antes de que el mundo se quebrase en mil pedazos, la pareja practicó un hedonismo ejemplar, con su conveniente dosis de emociones fuertes. Ambos se aficionaron a la aviación y se sacaron el título de pilotos. Henry le regaló a Martha un aeroplano con el que participó en exhibiciones aéreas, a las que no renunció ni después de accidentarse en una de ellas. Tras la movilización del marido en 1914, intentó participar en acciones militares —fundó la Union Patriotique des Aviatrices de Guerre— pero el Gobierno francés no quería mujeres en combate. Cuando el industrial Richer murió en el frente en mayo de 1916, Marthe se alistó al espionaje. Quién sabe si por venganza, por aburrimiento o por un poco de todo.
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El año de la llegada de Richard, España era un avispero de espías dada su no beligerancia y su estratégica ubicación. La viuda francesa se convierte en amante de, entre otros, Hans Von Krohn, agregado naval alemán, que la ficha como la espía S-32 y le financia un salón de belleza en Madrid —una tapadera de reclutamiento de los alemanes— llamado Au miroir des Alouettes. Como agente doble, Richard canaliza informaciones que le transmitía el capitán Ladoux, descubre un paso secreto por los Pirineos, participa en sabotajes del submarino U-109 en Málaga y en la contaminación de partidas de ganado y cereal argentinos, además de atribuirse inmerecidamente la caída en desgracia de Von Krohn, sancionado a su regreso a Alemania “por imprudencias graves en su servicio”.
Nada que cambiase el curso de la Historia aunque, a decir de los especialistas, tuvo más empaque que Mata-Hari, una espía mediocre de quien su propia entrenadora alemana, Elisabeth Schragmüller, no esperaba nada: “No me planteo proporcionarle contactos entre agentes. A mi juicio, hay que dejarla operar sola, y si los acontecimientos se tuercen, librarse de ella lo mejor posible antes de que haya gangrenado nuestra red de espías”, relatan en su libro Eduardo González Calleja y Paul Aubert. La bailarina de danzas javanesas acabó fusilada el 15 de octubre de 1917 en París.
“No sabemos si Marthe Richard y Mata-Hari se conocieron, aunque Von Krohn fue un nexo común”, indica González Calleja. “Eran mujeres modernas, que sabían conducir —y pilotar en el caso de Marthe—, de las que se espera que ejerzan la actividad más vieja del mundo para arrebatar secretos. Siento que suene así de machista, pero aquella era una sociedad muy machista. Estoy seguro de que a Von Krohn le gustaba exhibirlas como trofeos”, añade.
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Cuando Marthe Richard miró atrás, disfrutó con el paisaje autobiográfico: “De nada estoy arrepentida. Di comienzo a esta aventurada historia de mi vida sin saber dónde iba. Ahora, a los 84 años, cuando conozco el camino, volvería a empezarlo si tuviera una segunda vida. ¡Sin duda ha muerto gente a causa de la misión que yo había aceptado! Son como los que han caído en el combate, muertos por el enemigo (...) Yo era un soldado a quien sus funciones no permitían llevar un uniforme. Nada más, ni nada menos”.
TEREIXA CONSTENLA
“Mata-Hari a la francesa”
(el país, 02.08.14)
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