Siempre hay demasiadas cosas en mi mesa de trabajo, demasiados papeles. El otro día, en el fondo de una pila me topé con una postal que me había enviado de España un amigo un par de meses antes. Era la foto en blanco y negro de una bailarina de flamenco tomada por el fotógrafo español Tato Olivas, famoso por sus imágenes de bailaores.
Cuando encontré esa imagen, sentí que en mi memoria se disparaba algo que no había advertido cuando miré la postal por primera vez. Esperé. Se hizo más claro.
La foto de la joven a punto de bailar me recordó el dibujo de un lirio que yo había hecho. Parte de una serie de dibujos de un par de años antes. Busqué el dibujo y lo comparé con la foto.
Verdaderamente hay algo en común, una equivalencia, entre la geometría del cuerpo expectante de la bailarina y la geometría de la flor que se está abriendo. Tienen por supuesto características diferentes, pero sus energías y el modo en que se expresan en las formas, los gestos y los movimientos en la superficie de las dos imágenes son similares.
Escaneé ambas imágenes y las coloqué juntas para formar un díptico que luego envié con una carta al fotógrafo Tato Olivas.
Me contestó diciendo que había tomado la foto veinte años antes en la famosa escuela de flamenco de Madrid llamada Amor de Dios. Ahora está cerrada. Nunca había vuelto a encontrarse con la bailarina y no sabía su nombre.
Continuó diciendo que la “coincidencia” de las dos imágenes lo había hecho pensar en otra foto suya que se parecía aún más al dibujo del lirio. Una foto de la legendaria bailarina Sara Baras cuando era joven. Me envió una impresión. No podía creer lo que veían mis ojos.
La bailarina y el lirio son como gemelas, salvo que una es una mujer y la otra, una planta. Uno de inmediato supone que el fotógrafo o el dibujante se esforzó por “imitar” la otra imagen. Pero no es así. Hasta ahora, nadie había puesto juntas las dos imágenes.
La semejanza entre ellas es innata, como si fuera genética (algo que, en el sentido normal del término, no es posible). La energía de la danza flamenca y la energía de la flor que se abre, sin embargo, parecen obedecer a la misma fórmula dinámica, tener la misma cadencia pese a sus escalas temporales tan distintas. Rítmicamente, se acompañan una a la otra; aunque, desde el punto de vista evolutivo, están a años luz de distancia.
“En expresiones que son madres de la danza de todos los tiempos”.
JOHN BERGER
“John Berger: apuntes sobre la canción”
(ñ, 24.10.14)
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