16.4.15

el milagro del Conde de Orgaz

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Casi trescientos años antes de que El Greco realizara su obra maestra, los toledanos ya acudían a visitar la capilla de la iglesia de Santo Tomé donde fue enterrado Don Gonzalo Ruiz de Toledo. El Señor de Orgaz, que no conde, «ya en vida era considerado como un santo», según señala Gerardo Ortega, párroco de esta iglesia toledana. Su vida y, sobre todo, la prodigiosa historia que contaron quienes asistieron a su entierro convirtieron a su tumba desde aquel mismo momento en lugar de veneración.

Notario mayor del reino de Castilla y alcalde de Toledo, «don Gonzalo nació algo después de 1250, durante los primeros años del reinado de Sancho IV, y a finales de este siglo ya ocupaba puestos de importancia en la Corte» que desempeñó hasta su muerte, según el perfil trazado por su descendiente, Gonzalo Crespí y Vallaura, en el pregón de las fiestas de la Villa de Orgaz en 2014. El actual conde de Orgaz subrayó entonces cómo a don Gonzalo «le tocó vivir una época muy confusa con dos reyes menores de edad, Fernando IV y Alfonso XI, cuyas regencias tuvo que ejercer doña María de Molina, respectivamente madre y abuela de esos mismos reyes». El señor de Orgaz fue ayo de Alfonso XI, un cargo «de enorme importancia y responsabilidad» ya que era encomendado a «alguien en cuya fidelidad y lealtad se pudiese confiar ciegamente», explicaba su descendiente.

El noble toledano fue además un gran bienhechor de la Iglesia. Fundó en 1311 el monasterio de San Esteban de los agustinos, donde hoy está el instituto Sefarad, y costeó la reparación de varias iglesias de la ciudad además de realizar obras de caridad como la fundación del hospital San Antón. Fue un hombre «preocupado por el culto a Dios y sensible ante las necesidades de los hombres», escribió Demetrio Fernández, anterior párroco de Santo Tomé, en su libro «Gonzalo Ruiz de Toledo, Señor de Orgaz».

Uno de los templos que reparó fue precisamente la iglesia de Santo Tomé, vinculada a la villa de Orgaz desde hacía siglos, y allí pidió ser enterrado a su muerte el 9 de diciembre de 1323, humildemente, en un rincón de la misma.

Según recogieron cronistas como Francisco de Pisa o Pedro Alcocer y cuenta Gregorio Ortega, durante la ceremonia «bajaron del cielo San Agustín y San Esteban y tomando el cuerpo en sus brazos, lo depositaron en el sepulcro diciendo: "Tal galardón recibe quien a Dios y a los santos sirve", y la visión desapareció».

El noble dejó escrito que la Villa de Orgaz pagara a la iglesia de Santo Tomé una renta de dos carneros, 16 gallinas, dos cargas de leña, dos pellejos de vino y 800 maravedíes para celebrar con solemnidad la fiesta de Santo Tomás. El Concejo de Orgaz cumplió el mandato durante dos siglos y medio, pero cuando don Andrés Núñez se hizo cargo de la parroquia, en 1564, hacía un lustro que no se había pagado el donativo. «Era un hombre celoso de custodiar los bienes y llevó el caso a los tribunales, que le dieron la razón», continúa Ortega.

Con el dinero recaudado, Núñez amplió y renovó la capilla y encargó a Alvar Gómez de Castro una lápida en latín, la misma en la que hoy se lee: «Aunque lleves prisa, detente un poco, caminante...». El párroco de Santo Tomé pidió además a uno de sus feligreses que pintara un cuadro que recordara por siempre el particular entierro del Señor de Orgaz. Este feligrés no era otro que Doménico Theotocópuli, conocido en el Toledo del siglo XIV como el Griego.

Apenas habían pasado veinte años del Concilio de Trento, por lo que hubo que obtener un permiso eclesiástico para realizar la obra. «El cardenal don Gaspar de Quiroga, con su aprobación, dio validez así de que lo que se contaba era un hecho», explica Ortega.

El Greco recibió el encargo en 1586. Debía atenerse a lo relatado en el epitafio del sepulcro de don Gonzalo, mostrando «una procesión de cómo el cura y los demás clérigos estaban haciendo los oficios para enterrar a don Gonzalo... y bajaron San Agustín y San Esteban a enterrar el cuerpo de este caballero, el uno teniéndole de la cabeza y el otro de los pies, echándolo en la sepultura, y fingiendo alrededor mucha gente que estaba mirando, y encima de todo esto se ha de hacer un cielo lleno de gloria». En el contrato se indicaba también que el cuadro debía ir «desde arriba del arco hasta abajo y todo se ha de pintar en lienzo hasta el epitafio que está en la dicha pared».

Así lo hizo el Greco, que anacrónicamente retrató entre los testigos del milagro a personajes del siglo XVI, entre ellos a sí mismo en la parte central junto a los protagonistas del lienzo y en la parte inferior izquierda a su hijo Jorge Manuel, con un pañuelo con la fecha de su nacimiento (1578). El impulsor, Andrés Núñez de Madrid, figura a la derecha de la composición, como el oficiante que lee y se cree que el rey Felipe II acompaña a los inmortales de la parte superior derecha.

(…)

“El entierro del Señor de Orgaz casi tres siglos antes de El Greco”
MÓNICA ARRIZABALAGA
(abc, 16.04.15)


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