5.6.15

apuntes de historia argentina: el soldado Cabituna

la nación

“Libreta Chatarra” tiene el gusto de incorporar a un nuevo colaborador, al amigo Carlos Curti que publicará regularmente algunas historias poco conocidas de nuestro pasado. “Apuntes de Historia Argentina” da su primer paso en el Ciberespacio Chatarra. Bienvenido.
La historia argentina está llena de tumbas regias y estatuas heroicas a la vista de todos. También está plagada de valentías y muestras de coraje sin par de gauchos comunes, devenidos soldados. Formando parte de la masa ingente de ejércitos grandes y chicos, ya a órdenes de generales, ya a órdenes de caudillejos locales, la historia no ha registrado, o no ha querido registrar, estos nombres perdidos para siempre.

Hoy queremos rescatar la del soldado Cabituna. No se sabe de él más que éste, su apellido.

No hay una imagen, una historia que lo anteceda. No hay una cruz sobre su tumba, ubicada en algún punto desconocido en la campiña, entre Mendoza y San Luis. Será tal vez porque este ignoto soldado no ganó ninguna batalla, ni realizó alguno de esos actos que suelen llevar a los héroes al bronce.

Sólo era un soldado como tantos miles, cuyos huesos anónimos abonaron la tierra de nuestra patria en las luchas – a veces fratricidas- que dieron forma y sustento a nuestra Nación.
Vaya pues, mi homenaje a todos esos gauchos, en la breve historia de Cabituna.

Los hechos sucedieron durante la revolución nacionalista de 1874, cuando Mitre y Arredondo se levantaron contra Sarmiento. Un coronel tucumano, Julio Argentino Roca, comandaba las fuerzas que debían hacer frente y detener a Arredondo (a la sazón, padrino de su hijo Julio), en Cuyo. Lo iba siguiendo, sin atacarlo, hasta agotarle las fuerzas.

Civit, el depuesto gobernador de Mendoza, se estaba reorganizando y necesitaba enviarle un mensaje a ese joven coronel. Eligió para ello al más confiable de sus hombres –el gaucho Cabituna- dueño del mejor caballo que jamás había galopado por Mendoza. Un colorado hermoso. Cuando llegó por fin ante el jefe de las tropas leales, apenas saludó y le extendió el papelito. Cabituna era hombre de pocas palabras. Dice Ignacio H. Fotheringham: “Llegó al campamento un paisano alto, lindo tipo de gaucho, elegante y altivo. Venía, decía, de Mendoza. Lo enviaba de chasqui el gobernador Civit. De la herradura sacó un papelito bien doblado y lo entregó al coronel Roca”. El coronel Roca leyó el mensaje con detenimiento y gesto de preocupación. Miraba de reojo al mensajero. Junto a él, tres acompañantes mendocinos vestidos de civil murmuraban:

-No se confíe, coronel. Mírele la pinta al chasque. Fresquito y con la cara limpia. ¿Y dice que cabalgó veinte horas? No hay que creerle.

-Fíjese en el caballo, coronel. Ni cansado parece.

-Yo lo tengo visto al gaucho, coronel. Es un espía de Arredondo, seguro.

El gaucho Cabituna no hablaba. Los miraba como si el asunto no le concerniera. El coronel Roca le hizo algunas preguntas que contestó, casi con desgano.

Al final, Roca mandó formar un consejo de guerra sumarísimo, “sin más testigos que díceres, sin más prueba que un buen caballo resistente, un mensaje bien escrito y un gaucho de mala fama”.
Fotheringham sugirió que se matase al caballo para saber si había comido o no recientemente, ya que su dueño juraba que hacía más de veinte horas que marchaba alejado de los caminos para no ser descubierto. Si se hubiera seguido ese temperamento, se habría salvado una vida. El Coronel Roca, luego del consejo de guerra ordena:

-Que lo fusilen.

El gaucho lo miró fijamente a los ojos y dijo:

-Matan a un inocente.

Cabituna cargaba con ese señorío gaucho que le impedía suplicar, ni siquiera por la propia vida. Le pegaron cuatro tiros y toda la columna desfiló delante de su cadáver.

Cuando Roca llegó a Mendoza, el gobernador Civit ratificó lo dicho por Cabituna. Él había enviado el mensaje y le había dado órdenes de marchar con un buen flete por sitios donde no pudiera ser visto. El coronel se sintió hondamente tocado.

Pocos días más tarde, vencía completamente a Arredondo en Santa Rosa y recibía el grado de general sobre el campo de batalla. Al frente de sus hombres volvió a la ciudad cuyana y se apresuró a visitar a la viuda de Cabituna, a quien le expresó su profundo pesar y le dio dos mil pesos de la caja del ejército, magro consuelo para quien había perdido a su compañero.

Lo sucedido dejó honda huella en el espíritu de Roca, quien a lo largo de su existencia -os veces presidente y en varias ocasiones jefe superior de fuerzas militares en campaña- jamás puso un cúmplase en una sentencia de muerte.

Fuentes:

“Soy Roca” de Félix Luna

http://www.lanacion.com.ar/456408-el-coronel-roca-arrepentido

(c) CARLOS CURTI

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