10.11.15
ejercicio gótico
LA CUMBRE ESCARLATA
data: http://www.imdb.com/title/tt2554274
Un desplazamiento de cámara, un fundido, un plano general. El regodeo visual, la textura de cada fotograma, la luminiscencia de una vela encendida iluminando la cara de una joven sonrojada. Guillermo del Toro despliega todas las herramientas de la caja del Cine (escrito así, con mayúsculas) y nos recuerda porqué es delicioso este arte. Añoranzas de un cine que parece perderse. Recursos que aluden a la característica esencialmente visual del cine y que (sospecho) pasarán por al lado de la mayor parte del espectador distraido en su pote de pochoclo. “La Cumbre Escarlata” es una de las perlas de este año cinematográfico.
Edith Cushing, la protagonista de “La Cumbre Escarlata”, abre la película diciéndonos que los fantasmas son reales, que ella lo sabe porque los ha visto toda la vida. El fantasma juega en la trama dos roles: la aparición sobrenatural que da calificación al género; la metáfora que explica la historia. El fantasma es el pasado. El pasado horroroso de los Sharpe, con su celoso secreto oculto entre los muros de una mansión que colapsa por el peso de sus pecados. Thomas declara que es un privilegio mantener una casa de tal naturaleza: en realidad es un castigo. La casa es la jaula, la materialización de un pasado que acecha, en cada rincón, en cada oscura esquina hedionda.
La fotografía de Dan Laustsen, el vestuario de Kate Hawley y la Dirección de Arte de Brandt Gordon son aliados coincidentes para realzar la sintaxis visual que del Toro elabora en la historia. Refuerzos visuales que se repiten como ecos, desplegados en una parte y otra de la historia. Mariposas amarillas y negras víctimas de sus depredadores; Edith Cushing con un vestido amarillo con bordes negros. La casona nevada con los manchones ensangrentados de la arcilla que brota de sus entrañas; la sangre que duerme en el pasado de la casa. Los ennegrecidos dedos de una aparición que advierte una amenaza; los guantes negros que enfundan los dedos que tocan las teclas de un piano de quien acecha.
Visualmente “La Cumbre Escarlata” es deliciosa, una golosina para los ojos del espectador. Los movimientos de cámara son de manual, protagonistas como si fueran líneas del guión. Y el terceto protagónico muestra la química necesaria para esta clase de historia. Mia Wasikowska permite que la cámara se enamore de ella con monopolio de los primeros planos; una oscura Jessica Chastain irreconocible; la mirada de Tom Hiddleston oscila entre la perversión y la luz.
Ése es el otro tema que flota en la trama de “La Cumbre Escarlata”: la seducción de la inocencia. Junto a la historia fantasmagórica, hay un triángulo que forman Edith – Lucille – Thomas. Lucille es cómo la casa: su seducción es terrosa, esculpida en bruma, oscura y putrefacta; Edith es la pureza adolescente, la fuerza de lo nuevo, la seducción de lo terso. Esa aparente debilidad es su fortaleza; ese candor es su arma más filosa. Thomas hace equilibrios entre esos juegos de seducción, entre el pasado y el futuro, entre lo corrompido y lo vivo.
Alusiones, en segundo plano, de la iniciación sexual como atracción hacia lo prohibido, pulsión a asomarse a la perversidad, a cruzar la línea de lo puro para abrir la puerta a esa mácula que define la adultez de la protagonista. Alusión freudiana también a la conocida correspondencia entre lo erótico y lo tanático.
Hay otro paralelo que repiquetea en la historia, también ecos de lo nuevo y lo viejo: Estados Unidos y Europa. Lo burdo del nuevo rico; la sofisticación rancia de una aristocracia venida a menos. La industria y el esfuerzo personal; la herencia y la vida de rentas. La maquinaria de Thomas, hendiendo sus garras en el interior de la arcilla roja, es otra metáfora de una tradición que quiere mutar pero que en su obsesión de mantenerse preanuncia el esfuerzo vano: ahonda en lo podrido, en la repetición de un rito que ya está gastado. Aggiornamiento a una revolución industrial de una clase parasitaria.
Otra vez, la casa como herencia, privilegio y condena.
Las capas que se superponen repetidas para darle dimensión a una historia de terror gótico.
Mañana, las mejores frases.
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