26.1.17
kompromat
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Kompromat es un término compuesto por las palabras “comprometedor” e “información” en ruso. Por lo que los debates a menudo han enmarcado esta práctica como poco más que una forma política de extorsión, en particular relacionada con Moscú.
De hecho, el kompromat es más que una forma de generar información dañina: es un intento más abarcador de despertar escepticismo público y manufacturar confusión de maneras que no solo atentan contra un individuo, sino contra toda una sociedad.
Aunque esta práctica tiende a asociarse con los rusos, es un rasgo común de los países autoritarios y semiautoritarios en todo el mundo.
Al erosionar la idea de una realidad compartida y al propagar la apatía y la confusión entre un público que aprende a desconfiar por igual de líderes que de instituciones, el kompromat socava el poder que tiene una sociedad para exigir la rendición de cuentas y asegurar el funcionamiento adecuado del gobierno.
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Cuando Katy E. Pearce, profesora de Comunicaciones de la Universidad de Washington, en Seattle, comenzó a estudiar el acceso a la tecnología en Azerbaiyán, esperaba enfocar su investigación en cómo este podría convertirse en una herramienta positiva para promover la libertad política. Sin embargo, cambió su enfoque tras encontrarse con el temor generalizado hacia las maneras en que el gobierno podría utilizar la tecnología como arma de represión.
“Esta idea surgía repetidamente cuando entrevistaba a la gente”, dijo. Para el régimen, el kompromat es “una manera muy barata y fácil de demostrar su poder y acosar a las personas de una manera muy evidente”, agregó.
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Y, si los medios noticiosos y los personajes públicos divulgan mentiras, pierden su credibilidad como fuentes confiables de información. “No hay verdad fiable de la cual depender”, dijo Pearce. “Cada información que obtienes es posiblemente verdadera y posiblemente falsa”.
Degradar esa confianza puede ser profundamente dañino. Mientras estaba en Rusia en 2015, me sorprendió cómo muchas de las personas que conocí veían el mundo a través de una óptica que comencé a llamar lo “prudentemente hipotético”. Reaccionaban a toda la información, ya fuera de fuentes oficiales o rumores de terceros, como si pudiera ser verdad. Pude darme cuenta de que era un impulso de autoprotección, una manera de prepararse para cualquier resultado posible en un mundo impredecible y poco fiable.
Había atestiguado lo mismo en Guatemala varios años atrás. Ahí, en vez de kompromat, se usa el término “campaña negra” para referirse a las mentiras propagadas y a los chismes obscenos usados para desacreditar a opositores. El resultado fue el mismo que si se llamara kompromat: la confianza pública había sido tan erosionada que las mentiras eran igualmente capaces de destruir a los honestos que rehabilitar a los criminales.
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Esa creencia supone que hay una cantidad fija de información oculta que los medios noticiosos están, o no, revelando. Sin embargo, en una sociedad kompromat, el material incriminatorio —tanto real como falso— se fabrica según se necesite con tal de cumplir con un propósito político.
Para desprestigiar a un presidente, perjudicar a una jueza o sembrar desconfianza en una institución o un proceso, lo único que alguien necesita hacer es crear un conjunto de documentos suficiente lascivos para desatar un diálogo, hacer que algún rincón de la web los publique y después esperar a que la controversia resultante se informe como noticia.
Eso no hace que los poderosos rindan cuentas, sino que perjudica a las instituciones que tienen esa función, lo cual es peor.
“No creo que queramos vivir en un ambiente en el que tenemos que cuestionarnos todo y ser escépticos de todo, como la gente en regímenes autoritarios”, dijo la profesora Pearce.
“Vivir así es horrible, es desgastante”.
AMANDA TAUB
“‘Kompromat’ y el peligro de sembrar dudas en una democracia”
(new york times en español, 21.01.17)
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