16.6.17
la primera fotocopia de la historia
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La idea de reproducir documentos ha sido una constante en nuestra historia, a ella debemos la creación del inventó más revolucionario del Renacimiento: la imprenta de Gutenberg. Después vinieron numerosos intentos más o menos estrafalarios como el Pantografo, un artilugio para copiar la escritura que después tuvo otras interesantes aplicaciones, el Mimeograph, del que el mismo Edison construyó una patente (¡cómo no!) o un extraño propotipo que inventó el mismo James Watt. Todos los intentos resultaron infructuosos, pero justo al inicio del siglo XX, cuando se inicia la gran era de los oficinistas, aparecieron numerosos aparatos destinados a copiar documentos, una necesidad acuciante para la mayoría de las empresas nacidas al calor del capitalismo.
De entre la multitud de ingenios que se comercializaban en esta época hubo uno que destacó por encima de todos: las máquinas Photostat y Rectigraph. Ambos métodos, desarrollados en la primera década del siglo, ‘fotografiaban’ directamente el documento, es decir, tras una exposición de 10 segundos generaban un negativo que tenía que revelarse e imprimirse la copia o copias. Total, que el proceso como poco duraba una tarde o un día entero. Esto fue lo que animó a Chester Carlson, por entonces trabajador de una oficina de patentes y acostumbrado a bregar con las copiadoras, a construir una máquina de copiar que pudiese hacer las copias en la misma oficina y al instante.
En un primer momento Carlson intentó hacer evolucionar la idea de las photostat, basada en el proceso fotográfico, pero pronto vio que era una vía sin mucho más recorrido. Así que decidió probar otro campo de estudio: la luz. Entre el papel y la tinta impresa podemos distinguir claramente una cosa de la otra, ya que la tinta absorbe la luz y el papel la refleja. Pero ¿cómo aprovecharse de este hecho? Un libro publicado hacía pocos años le dio la respuesta: Photoelectric Phenomena.
La fotoelectricidad es un fenómeno complejo cuya explicación le valió a Albert Einstein el premio Nobel en 1921. Dentro de esa dificultad Carlson encontró la clave para desarrollar su nuevo invento: la fotoconductividad. Con un material fotoconductivo expuesto a la luz podría reproducir documentos. Los primeros intentos realizados en su casa fracasaron y Carlson se sumergió de nuevo en la bibliografía más técnica hasta dar con un inventor húngaro, Paul Selenyi, que había desarrollado un ingenio para realizar copias mediante cargas electroestáticas. Sus estudios sobre las cargas electroestáticas junto a la utilización de la tinta seca acabaron por desarrollar su invento. Tras muchos e infructuosos intentos en 1938 pudo reproducir en su laboratorio la primera imagen xerográfica de la historia.
Su funcionamiento era el siguiente: una superficie es cargada con electricidad estática en forma uniforme. Dicha superficie es expuesta a luz que descarga o destruye la carga eléctrica, quedando cargadas solo aquellas áreas donde hay sombra. Un pigmento de polvo (tinta seca o tóner) se fija en estas áreas cargadas haciendo visible la imagen, que es transferida al papel mediante un campo electrostático. Finalmente el uso de calor y presión fijaban la tinta al papel.
Carlson patentó su invento e intentó venderlo infructuosamente a varias empresas, pero no fue hasta 1947 que una pequeña empresa de Nueva York, la Haloid Company, adquirió los derechos de la patente para su desarrollo comercial. La Haloid pasaría a llamarse Xerox Company en 1961 y tardaría más de una década en poder sacar al mercado su primera máquina fotocopiadora automática de papel para oficinas, la mítica Xerox 914. La era de la copias comenzaba.
En 1959, tras lanzar en los últimos años numerosos prototipos, Xerox saca por fin al mercado el gran sueño de Carlson. Los resultados no se hacen esperar y la 914 tiene un éxito brutal de ventas. Xerox estimaba que sus clientes harían una media de unas 2.000 copias al mes pero la realidad es que estaban haciendo 10.000 y algunos incluso 100.000 copias al mes.
Tardó cerca de 20 años en desarrollarse pero la espera valió la pena, el primer modelo comercializado a pesar de sus gigantescas dimensiones (en algunas oficinas tuvieron que tirar puertas a bajo para hacerle sitio), obtuvo unos resultados asombrosos y realizaba copias de calidad en tan sólo 7 segundos. El sueño de Carlson hecho realidad, por fin.
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XAVI DOMINGO
“Xerox y el arte de copiar: la revolucionaria historia de la fotocopiadora”
(mr. domingo, 26.02.15)
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