THE POST
data: http://www.imdb.com/title/tt6294822
Steven Spielberg filmó “The Post” como una obligación ética ciudadana. En los tiempos de Trump y la posverdad, Spielberg rodó a las apuradas, mientras terminaba de editar otra película, esta historia que es un monumento a la libertad de prensa. Toda una declaración de principios, en una época que la prensa está bajo presión, no sólo en Estados Unidos sino en el mundo. Y lo primero que llama la atención, es la facilidad que tiene Steven Spielberg para filmar. La calidad de la película que él creó a los apurones, es muy superior a las producciones de la gran mayoría de los directores que andan filmando por el mundo.
“The Post” tiene una sintaxis cinematográfica clásica, una película como la de las viejas épocas. Por su temática y por su estilo, dialoga con ese otro clásico de Alan Pakula, “Todos los hombres del Presidente” (con Robert Redford y Dustin Hoffman) a la que complementa. Lo que vemos en “The Post” es el capítulo previo a que el Washington Post se cargara a Richard Nixon. La escena que cierra “The Post” es el tributo a la antecesora mencionada.
Pero Spielberg se permite introducir en esta epopeya del periodismo, la historia personal de Kay Graham, la dueña del Post, que había heredado el diario familiar tras el suicidio de su esposo. Vemos una lucha dentro de otra. En la gran lucha del Washington Post para sostener la libertad de prensa, está la anónima épica de la lucha de Kay Graham por ser reconocida ante el machismo de la época. El mundo de los negocios no era en los ’70 (no lo es hoy), un lugar propicio para las mujeres. Y los socios de Graham (no hablemos de sus competidores) no tenían ningún empacho en hacerle saber que no la consideraban apta para el cargo. Más aún en un momento que el Washington Post soñaba con competirle de igual a igual al New York Times. Para eso, el Post necesitaba dinero para comprar a los mejores periodistas y dar el producto de calidad al que aspiraban. Y uno de los pilares claves de esta estrategia era salir al mercado de capitales y buscar los fondos para el crecimiento de la empresa.
Kay Graham tiene la “suerte” de que la misma semana que la empresa sale a la Bolsa, se desata el escándalo por unos papeles secretos del Pentágono con información sobre la Guerra de Vietnam que la Justicia estadounidense le prohíbe publicar al New York Times. En esos días, miles de páginas del informe llegan a manos de los periodistas del Post. El hecho pone a Kay Graham en la gran encrucijada: publicar pese a la presión de la Administración Nixon, sosteniendo el derecho de publicar, o cuidar la pata financiera sobre la que se apoyaría el futuro de la empresa. Si hace caso a lo primero, puede dejar al Post en bancarrota; si le da prioridad a lo segundo, perdería prestigio social y dejaría de ser un diario serio. Esa es la decisión que debe tomar como cabeza del diario, ella, mujer, sin antecedentes en el mundo de los negocios, frente a la oposición plena de sus asesores. Ésa es la verdadera epopeya que cuenta la película.
Hay un revelador diálogo entre Ben Bradlee (el jefe de redacción del Post) y su esposa que resume que el verdadero héroe de la película no es Bradlee sino Graham. Ella lo hace ver todo lo que está arriesgando Kay Graham al apoyar la publicación de los papeles secretos, mucho pero mucho más que el riesgo que corre Bradlee que terminará ganando, de una manera u otra.
Vistos con ojos del nuevo milenio, es muy descriptivo lo que representaba el periodismo en esos momentos para la sociedad. A los diarios serios se les creía. Se consideraban que ellos decían la verdad y profesaban un culto por los hechos. Más allá de su ideología, se sentían custodios de poner en conocimiento de la ciudadanía, aquella información que podía incomodar al poder. En estos tiempos, descreemos de todos por igual. De los gobiernos pero también de los diarios. Y en esa desconfianza general, terminamos creyendo en cualquier cosa. Que es lo mismo que no creer en nada. Hemos perdido la capacidad de juzgar los hechos por sí mismos. Por eso, en estos tiempos de posverdad valoramos la información por lo que nos hacen sentir más que por la carga de datos duros que nos proporcione.
Una historia secundaria que fluye bajo las dos luchas principales del filme (la periodística y la de género), es el grado en que las administraciones de Kennedy y Johnson lograron seducir al periodismo haciéndolo sentir amigos y no hicieran las preguntas que debieron hacer. Es el remordimiento que siente Graham al hablar con McNamara, su amigo y cerebro del ocultamiento de las perspectivas de la Guerra de Vietnam al pueblo norteamericano. Pero también lo siente Bradlee cuando le confiesa a Kay Graham que nunca pensó en Kennedy como una fuente sino como un amigo. Ésa es otra enseñanza que deja el filme: hay una línea que no puede ser cruzada, entre periodistas y gobernantes, porque hacerlo implicaría perder el indispensable nivel de autonomía que exige el ejercicio de la profesión. Se encandilaron con el brillo de Kennedy y en la cercanía ideológica: pero dejaron de hacer las preguntas que debían ser dichas, más aún cuando una generación iba a morir al otro extremo del mundo por una causa perdida.
Con el mismo estilo clásico con la que Spielberg filmó “The Post”, Meryl Streep y Tom Hanks llevan a cabo actuaciones clásicas, limpias, serenas, exactas. Una mirada de confusión de Meryl Streep dice más sobre la tormenta interior de su personaje que cualquier línea de diálogo. Hanks tiene la sapiencia del veterano buen actor para esconderse detrás de su rol y que olvidemos que el Gran Tom Hanks (en mayúscula) está en la pantalla. Lo vemos a Ben Bradlee y su circunstancia. El elenco es parejo, sólido y creíble. No importa cuántas líneas de diálogo tengan. Cada intervención es precisa.
Una gran película. Posiblemente no haga mucho ruido. Porque el tema enjuicia al tipo de periodismo que se está realizando ahora. Y porque pone sobre el tapete el rol del periodista, definido en el lema del New York Times: “Todas las noticias que merecen ser publicadas”. Ni más ni menos.
Mañana, las mejores frases.
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