18.4.18

el hombre pararrayos

la nación

Roy Cleveland Sullivan siempre fue un hombre feliz. Había nacido en un hogar modelo en el condado estadounidense de Greene, Virginia, se había casado con la mujer que amaba y había logrado su soñado trabajo de guardabosques. Todos sus vecinos opinaban lo mismo de él: un tipo afable, alegre, simpático, risueño y de lo más normal. Pero un día, su sonrisa comenzó a borrarse hasta dejar solo una mueca triste en su rostro.

Nacido el 7 de febrero de 1912, Sullivan empezó a trabajar como guardabosques a los 24 años en el Parque Nacional Shenandoah de Virginia, el lugar donde tendría su primer encuentro con la desgracia que lo perseguiría hasta su muerte. En abril de 1942 lo sorprendió ahí una terrible tormenta y no tuvo mejor idea que refugiarse en una torre de vigilancia contra incendios, que, al estar recién construida, no contaba con pararrayos.

Un rayo cayó sobre Sullivan y lo dejó inconsciente. Cuando se recuperó, encontró una larga línea de quemaduras que corrían por toda la pierna derecha junto a un agujero humeante en el zapato, del que brotaba sangre por la suela. El rayo le había alcanzado el dedo gordo del pie derecho y le había hecho perder la uña. No sería la última vez que el hombre sufriría la furia de la naturaleza.

Ya casi había olvidado el incidente, cuando en julio de 1969, conducía su camioneta en el parque por un paso de montaña con la ventanilla abierta, cuando de repente escuchó un ruido ensordecedor: un rayo entró por la ventanilla, lo golpeó y lo hizo dar un vuelco. Salvo algún chamuscón, logró salir ileso. Esto no sería todo, cinco descargas más caerían sobre él en tan solo siete años, entre 1970 y 1977.

La seguidilla fue fatal. En 1970, un rayo golpeó el transformador de electricidad cercano a la casa de Sullivan, se desvió e impactó sobre él. Terminó con parte de su piel quemada. En 1972, lo sorprendió otra tormenta en el parque y lo alcanzó un rayo que le quemó todo el pelo. En 1973, patrullaba en medio de una lluvia; cuando el agua empezó a amainar, decidió bajar de su camioneta y ahí mismo cayó herido por un rayo.

En 1976, tres años después de su último evento desafortunado, Sullivan ya era una persona diferente: maldecía el día que había nacido y a menudo se le podía ver solo. Nadie quería estar cerca de él, a excepción de su esposa. Ese año llegó una vez más una tempestad y de nuevo trató de huir de su destino, pero tampoco pudo y terminó golpeado por sexta vez por un rayo.

Pero su (nunca querido) ingreso al Libro Guinness de los récords, se produjo el 25 de junio de 1977. Sullivan estaba pescando, solo y de pie en un lago poco profundo, cuando una descarga eléctrica volvió a impactarlo de lleno en la cabeza, lo que derivó en quemaduras en el poco pelo que le quedaba y en el torso. El hombre se tiró al lago y luego corrió hasta su auto, como si fuera posible esconderse allí de la mala suerte.

El “rayo” final no se lo asestó la naturaleza, sino su esposa. Ella era la única que había quedado a su lado y que, en cierta forma, lo mantenía en pie entre tanta desgracia. Pero un día, mientras él le ayudaba a tender ropa en el jardín de su casa, un rayo alcanzó a la mujer. Esa fue la prueba final que necesitó ella para decidirse a seguir los pasos del resto del pueblo: se alejó de él para siempre. Lo abandonó.

Esa descarga emocional fue demasiado para Sullivan: en la mañana del 28 de septiembre de 1983, a los 71 años, tomó su arma reglamentaria decidido a ponerle fin a su vida. El tango diría que “ni el tiro del final” le salió, ya que no murió de ese disparo. La muerte le llegó días después como consecuencia de una infección que le había provocado esa bala. La ciencia todavía no puede hasta el día de hoy descifrar la extraña atracción que tenía este hombre con los rayos.

(…)

CARLOS MANZONI
“Crónica detrás de la desgraciada atracción del hombre ‘pararrayos’”
(la nación, 16.04.18)

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