14.4.15
plaza lorea
Ocurrió el 5 de julio de 1807, en la segunda invasión inglesa a Buenos Aires. Los primeros cañonazos se escucharon a las 7 de la mañana y eso marcó el comienzo del ataque. La columna que iba a avanzar por esa zona, integrada por soldados de los regimientos 6 y 9 de Dragones (mayoría de carabineros), estaba al mando del teniente coronel Kingston. Pero el avance fracasó, hubo una fuerte resistencia de los porteños y los ingleses sobrevivientes, con Kingston gravemente herido, terminaron refugiados en la iglesia de La Piedad (actual cruce de Paraná y Bartolomé Mitre) hasta su rendición final. Esa parte del enfrentamiento se conoce como “la sangrienta batalla de Plaza Lorea”. Hoy, esa plaza del barrio de Monserrat, es un paisaje diferente a metros del Congreso Nacional, pero detrás tiene una historia que merece ser rescatada.
Isidro Lorea era un ebanista que nació en Villafranca, entonces reino de Navarra. Este vasco llegó a Buenos Aires en 1757 y enseguida, en aquella ciudad colonial, comenzó a forjarse un nombre como artesano dedicado a la fabricación de sillas, mesas y muebles. Sin embargo se destacó por otra especialidad: el tallado y dorado de figuras y columnas para los retablos de las iglesias locales. Tanto que, entre otros, realizó el retablo mayor de la Catedral Metropolitana, el de San Ignacio y trabajos para la Iglesia del Pilar. Para entonces, en Buenos Aires también había encontrado el amor, porque en 1768 y en la iglesia de La Merced, se había casado con Isabel Gutiérrez Humarés, una joven de la alta sociedad porteña.
En 1782, el hombre compró dos hectáreas en las afueras de la ciudad. Era un terreno anegadizo que ocupaba un sector de lo que hoy delimitan las calles San José, Rivadavia, Virrey Cevallos e Hipólito Yrigoyen, al que conocían como “el hueco de La Piedad”. Después de rellenarlo y elevarlo más de un metro, don Lorea donó parte de ese terreno para que allí se construyera una plaza destinada a ser paradero de las carretas que llegaban desde el Oeste por la calle “de las torres” (Rivadavia) o desde el Sur y del Noreste por el “camino de las tunas” (la avenida Entre Ríos y su continuación, Callao). La única condición era que la plaza llevara su nombre para siempre, algo que el virrey Rafael de Sobremonte aprobó definitivamente en 1808 y que se mantiene hasta hoy.
Después de la donación, Lorea hizo un loteo de los otros terrenos y también instaló un mercado, rodeado de barracas (se usaban como depósitos) y algunos hospedajes. Su visión para los negocios lo convirtió en un rico comerciante. En ese mercado se vendían objetos llegados desde distintos lugares del país como cueros, vestimentas y hasta sal de buena calidad. Como aquello generó un desarrollo de la zona, el vasco Lorea fue considerado un promotor inmobiliario. Pero la invasión de 1807 fue el final de esa prosperidad. Aquel 5 de julio el hombre, junto con varios de los esclavos que trabajaban para él, enfrentó a los ingleses y todo terminó en tragedia: Lorea y su esposa resultaron heridos a bayonetazos cuando peleaban contra los invasores y murieron unos días después. También, junto a ellos cayeron los esclavos, luego reconocidos como héroes de la resistencia.
Los historiadores cuentan que durante todos los combates que hubo ese día en la ciudad, los ingleses tuvieron 311 muertos (15 oficiales y 296 soldados) y 679 heridos (57 oficiales y 622 soldados), además de sufrir la pérdida de más de 1.500 hombres tomados como prisioneros. Y en “la sangrienta batalla de Plaza Lorea” cayeron los hombres de cuatro secciones del regimiento 6 y ocho secciones del 9.
(…)
EDUARDO PARISE
“La plaza de la resistencia”
(clarín, 13.04.15)
(Esta nota puede consultarse en el blog “Invasiones Inglesas” :
http://invasionesinglesas.blogspot.com.ar/2015/04/plaza-lorea.html)
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