–Yo no soy sentimental –dijo Constancio–, pero me gusta la muralla. Piensa en que milla tras milla, desde la nieve hasta el desierto, forma un gran cinturón único alrededor del mundo civilizado; dentro, paz, decencia, leyes, altares a los dioses, industria, artes, orden; fuera, bestias y salvajes, bosques y ciénagas, un revoltijo sangriento, hombres como manadas de lobos; y a lo largo de la muralla, velando sin dormir, defendiendo la frontera, el poder armado del imperio. ¿No te hace ver lo que significa la Ciudad?
–Sí –dijo Helena–, supongo que sí.
–¿Qué quieres decir, entonces, con lo de “siempre tiene que haber una muralla”?
–Nada; pero a veces me pregunto si Roma irá alguna vez más allá de la muralla. Más allá de los germanos, más allá de los etíopes, más allá de los pictos; quizá más allá del océano puede haber más gente y aun más, hasta que tal vez se pueda viajar a través de todos ellos y encontrarse de vuelta otra vez en la Ciudad. En vez de que penetren los bárbaros, ¿no podría un día irrumpir la Ciudad hacia afuera?
EVELYN WAUGH
“Elena”
22.5.17
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